martes, 11 de junio de 2013

EL SILENCIO DE LAS SIRENAS. FRANZ KAFKA.



Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la salvación. He aquí la prueba:
Para protegerse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos. El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones más fuertes que mástiles y cadenas. Ulises no pensó en eso, si bien quizá alguna vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por completo en aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas. Contento con sus pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con alegría inocente.
Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas.
En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas, les hizo olvidar toda canción.
Ulises (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él estaba a salvo. Fugazmente, vio primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo más acerca de ellas.
Y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contoneaban. Desplegaban sus húmedas cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando la roca. Ya no pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento más el fulgor de los grandes ojos de Ulises.
Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día. Pero ellas permanecieron y Ulises escapó.
La tradición añade un comentario a la historia. Se dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno. Por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a modo de escudo.



martes, 7 de mayo de 2013

ETIQUETAS



Tenemos una tendencia eterna a etiquetar todo lo que vivimos, sentimos, experimentamos. Además acompañamos a esa etiqueta  de su pareja justificación, de por qué esa etiqueta y no otra. Todos los sentimientos son etiquetados: me gusta, le quiero, le odio, me encanta…porque me hace sentir así; o me ha dicho esto o ha hecho esto otro  y por ello le quiero; y le odio, porque no me ha dicho o hecho esto…Cada vez que alguien me pide una etiqueta  para algún sentimiento que profeso a otra persona, a otro ser, y seguidamente me pide su acompañada justificación, y yo corderitamente accedo a dar la etiqueta y la justificación, acabo infinitamente arrepentida de haberle dado una forma tangible, un límite, a ese sentir. ¿No es en sí un sentimiento un cúmulo de sensaciones ilimitadamente etéreas? Pero cuando intentas transferir tu sentimiento a quien te reclama la pertinente etiqueta, que no tiene perfil para limitar todo lo que sientes, y no se la das inmediatamente,  te mira como si le estuvieras negando una verdad absoluta, como si te negases a ser sincero, cuando no hay forma más sincera de darle existencia a tu sentimiento que sintiéndolo. Por eso siempre me han faltado palabras para expresar ese halo, nunca son palabras precisas, nunca llegan a describir exactamente tu emoción, y es en el momento de darles nombre  cuando más triste me siento. Debería ser buena en seleccionar términos, pero soy mejor en sentir. Cuando algo no es sentido, es fácil encontrar términos descriptivos. Juan Ramón Jiménez tuvo este ligero problema, pero en ese afán de encontrar la palabra precisa, cayó en el fraude de dar forma a sus sentimientos huérfanos de terminología. 

Me niego infinitamente a ponerle etiqueta a la profesión de mi alma.

lunes, 6 de mayo de 2013

CÁNCER


La segunda vez decidió no tomar química alguna, solo unos pensamientos cualitativos que calmaran su sed de venganza contra el mundo. De la primera  no quería hablar, aún no podía hacerlo.
 Como dice Bécquer: “¡Qué solos se quedan los muertos!”
 

martes, 12 de marzo de 2013

UN PEQUEÑO SECRETO



Las Navidades debían ser unos días lánguidos para ella, sin embargo, algo dentro de ella, siempre le hacía exhalar un espíritu navideño sin igual. Los días previos a la cena había comprado con ilusión los ingredientes de la orquesta alimenticia que pensaba ofrecer a su familia. Preparaba cualquier comida como si fuera un festín de sentidos. Elegía mimosamente los colores que engalanaban la mesa, azul y oro reinaban por doquier;  encendía el incienso de su ensoñada Tailandia; seleccionaba minuciosamente las voces que sonarían de fondo entre las risas y comentarios, principalmente a Bill Evans; y preparaba con cariño los alimentos que, más tarde, ofrecía a sus comensales. 

Las presentes Navidades agoraban unos recuerdos entrañables. La pequeña había cumplido cinco meses, y protagonizaba los anhelos y sueños de felicidad de sus padres. Todo estaba preparado, faltaba apenas unas horas para que fueran llegando sus hermanos y su madre. Elsa estaba inquieta y jugaba con su hija, le hacía cosquillas y le contagiaba su entusiasmo. 

Pronto llegaron sus invitados y comenzó ese baile de sentidos que Elsa había preparado para su familia. El cordero  sorteaba la gravedad de un extremo a otro de la mesa. El vino entonaba las mejillas. Los aperitivos deshacían las bocas de todos. Bill Evans melodiaba “Emily” y Elsa se sentía lánguidamente feliz. Miró a su padre, él miraba a su hija. Elsa ofrecía su hija a su padre con la mirada. Le señalaba que le diera un beso y que la acariciara para que la niña regalara a su abuelo una de sus amplias sonrisas. Elsa sentía gran amor y admiración por su padre, y cuando miraba a su hija a los ojos, veía en ella parte de él. 

La noche fue un éxito. Todos quedaron con el corazoncito un poco trastocado aquella noche después de todas las emociones vividas.

El Día de Reyes Elsa llamó a su madre para invitarla a comer. Le preguntó por su padre. La madre quedó en silencio.

-¿Por qué me preguntas Elsa por tu padre? ¿Por qué hoy?- contestó su madre.

- No sé, mamá…me he acordado.

- Te entiendo, hija. Han pasado nueve años, pero…Bueno, hija, ¿has abierto tus regalos? ¿Y la niña, cómo ha ido su primer Día de Reyes?

- Bien, mamá, no ha parado de sonreír al aire…

Elsa decidió seguir guardando su pequeño secreto. A veces sentía la necesidad de compartirlo, pero entendía que la presencia del dolor se hace visible de forma distinta en cada persona.


miércoles, 6 de marzo de 2013

VENDEDORA DE PERSPECTIVAS






Cuando se levantó aquella mañana recibió el primer mensaje. Un compañero le hablaba  de una antigua alumna que Elsa había tenido en años anteriores. Le comentaba sus grandes progresos –dentro de los límites de la  mediocridad que Elsa creía que rodeaba a esta alumna- y que con él, esta alumna, había encontrado un referente a emular, que por lo visto no había tenido anteriormente.

La noche pasada había sido especialmente vertiginosa. Había corrido varias veces al baño y expulsado intermitentemente su angustia, no tan existencial. Se sentía algo mareada aún y aquel mensaje le provocó un leve movimiento de ceja que solía hacer cuando se sentía perpleja.  Únicamente pensó que si su compañero opinaba que esta alumna era de lo “mejorcillo” que tenía en su clase, su criterio estaba algo distorsionado, y no entendía por qué el afán de querer verse reconocido a través de ella.

Después de su pequeña disertación, concluyó que pasaría la mañana, si no en el baño, con su admirado Miles y su Ascenso al cadalso. Comió pobremente un puré de patatas y durmió largamente hasta que un segundo mensaje volvió a despertarla. Una compañera le preguntaba por su salud, y al mismo tiempo, aludía a otra compañera que en el mismo estado que Elsa, o así lo consideraba ella, no Elsa, había ido a trabajar aquella mañana. Volvió a levantar la ceja,  y concluyó pasar el resto de la tarde leyendo a Boris Vian. 

Se acercaba la noche y recibió el último mensaje del día en el que otra compañera, le quería hacer partícipe de su maravilloso encuentro con  un artículo que había visto en el periódico.  El artículo plasmaba los pormenores, necesarios cambios  y visión, en fin, negativa, de la decisión de ser padres. Elsa había decidido ser madre a los 35 años. No era indecisa en sus actos, por lo que su decisión de ser madre, no solo era fiel, sino que, además, la colmaba de felicidad. Creía haber llegado a un estado de conciencia tranquila consigo misma, por lo que ese momento en su vida era para ella idóneo para ser madre. Esta vez, levantó las dos cejas. Pensó que había sido un día extraño, que podía haber sido ácida en sus respuestas a estos compañeros: aquel que reafirma su inseguridad  a través de los demás quedando expuesto al ridículo; aquella que su inseguridad no le deja decidir por su propia salud y necesita justificar sus actos a través de ejemplos colaterales; y aquella, que siendo madre, despreciaba su estado, por no haber sido el resultado de una decisión propia, conclusión de toda su penosa  vida. 

Podía haberles contestado de esta manera, pero decidió pagarles con su indiferencia y no ser una vendedora más de perspectivas…