martes, 12 de marzo de 2013

UN PEQUEÑO SECRETO



Las Navidades debían ser unos días lánguidos para ella, sin embargo, algo dentro de ella, siempre le hacía exhalar un espíritu navideño sin igual. Los días previos a la cena había comprado con ilusión los ingredientes de la orquesta alimenticia que pensaba ofrecer a su familia. Preparaba cualquier comida como si fuera un festín de sentidos. Elegía mimosamente los colores que engalanaban la mesa, azul y oro reinaban por doquier;  encendía el incienso de su ensoñada Tailandia; seleccionaba minuciosamente las voces que sonarían de fondo entre las risas y comentarios, principalmente a Bill Evans; y preparaba con cariño los alimentos que, más tarde, ofrecía a sus comensales. 

Las presentes Navidades agoraban unos recuerdos entrañables. La pequeña había cumplido cinco meses, y protagonizaba los anhelos y sueños de felicidad de sus padres. Todo estaba preparado, faltaba apenas unas horas para que fueran llegando sus hermanos y su madre. Elsa estaba inquieta y jugaba con su hija, le hacía cosquillas y le contagiaba su entusiasmo. 

Pronto llegaron sus invitados y comenzó ese baile de sentidos que Elsa había preparado para su familia. El cordero  sorteaba la gravedad de un extremo a otro de la mesa. El vino entonaba las mejillas. Los aperitivos deshacían las bocas de todos. Bill Evans melodiaba “Emily” y Elsa se sentía lánguidamente feliz. Miró a su padre, él miraba a su hija. Elsa ofrecía su hija a su padre con la mirada. Le señalaba que le diera un beso y que la acariciara para que la niña regalara a su abuelo una de sus amplias sonrisas. Elsa sentía gran amor y admiración por su padre, y cuando miraba a su hija a los ojos, veía en ella parte de él. 

La noche fue un éxito. Todos quedaron con el corazoncito un poco trastocado aquella noche después de todas las emociones vividas.

El Día de Reyes Elsa llamó a su madre para invitarla a comer. Le preguntó por su padre. La madre quedó en silencio.

-¿Por qué me preguntas Elsa por tu padre? ¿Por qué hoy?- contestó su madre.

- No sé, mamá…me he acordado.

- Te entiendo, hija. Han pasado nueve años, pero…Bueno, hija, ¿has abierto tus regalos? ¿Y la niña, cómo ha ido su primer Día de Reyes?

- Bien, mamá, no ha parado de sonreír al aire…

Elsa decidió seguir guardando su pequeño secreto. A veces sentía la necesidad de compartirlo, pero entendía que la presencia del dolor se hace visible de forma distinta en cada persona.


2 comentarios:

  1. ..la presencia del dolor se hace visible de forma distinta en cada persona. También invisible...

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  2. E invisiblemente guardamos el secreto para que nunca sea tan ridículamente visible.

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