Las Navidades debían ser unos días lánguidos
para ella, sin embargo, algo dentro de ella, siempre le hacía exhalar un
espíritu navideño sin igual. Los días previos a la cena había comprado con
ilusión los ingredientes de la orquesta alimenticia que pensaba ofrecer a su
familia. Preparaba cualquier comida como si fuera un festín de sentidos. Elegía
mimosamente los colores que engalanaban la mesa, azul y oro reinaban por
doquier; encendía el incienso de su
ensoñada Tailandia; seleccionaba minuciosamente las voces que sonarían de fondo
entre las risas y comentarios, principalmente a Bill Evans; y preparaba con
cariño los alimentos que, más tarde, ofrecía a sus comensales.
Las presentes Navidades agoraban unos
recuerdos entrañables. La pequeña había cumplido cinco meses, y protagonizaba
los anhelos y sueños de felicidad de sus padres. Todo estaba preparado, faltaba
apenas unas horas para que fueran llegando sus hermanos y su madre. Elsa estaba
inquieta y jugaba con su hija, le hacía cosquillas y le contagiaba su entusiasmo.
Pronto llegaron sus invitados y comenzó ese
baile de sentidos que Elsa había preparado para su familia. El cordero sorteaba la gravedad de un extremo a otro de
la mesa. El vino entonaba las mejillas. Los aperitivos deshacían las bocas de
todos. Bill Evans melodiaba “Emily” y Elsa se sentía lánguidamente feliz. Miró
a su padre, él miraba a su hija. Elsa ofrecía su hija a su padre con la mirada.
Le señalaba que le diera un beso y que la acariciara para que la niña regalara a
su abuelo una de sus amplias sonrisas. Elsa sentía gran amor y admiración por
su padre, y cuando miraba a su hija a los ojos, veía en ella parte de él.
La noche fue un éxito. Todos quedaron con el
corazoncito un poco trastocado aquella noche después de todas las emociones
vividas.
El Día de Reyes Elsa llamó a su madre para
invitarla a comer. Le preguntó por su padre. La madre quedó en silencio.
-¿Por qué me preguntas Elsa por tu padre? ¿Por
qué hoy?- contestó su madre.
- No sé, mamá…me he acordado.
- Te entiendo, hija. Han pasado nueve años,
pero…Bueno, hija, ¿has abierto tus regalos? ¿Y la niña, cómo ha ido su primer
Día de Reyes?
- Bien, mamá, no ha parado de sonreír al aire…
Elsa decidió seguir guardando su pequeño
secreto. A veces sentía la necesidad de compartirlo, pero entendía que la
presencia del dolor se hace visible de forma distinta en cada persona.
..la presencia del dolor se hace visible de forma distinta en cada persona. También invisible...
ResponderEliminarE invisiblemente guardamos el secreto para que nunca sea tan ridículamente visible.
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