Cuando se levantó aquella mañana recibió el
primer mensaje. Un compañero le hablaba
de una antigua alumna que Elsa había tenido en años anteriores. Le comentaba
sus grandes progresos –dentro de los límites de la mediocridad que Elsa creía que rodeaba a esta
alumna- y que con él, esta alumna, había encontrado un referente a emular, que
por lo visto no había tenido anteriormente.
La noche pasada había sido especialmente vertiginosa. Había corrido varias veces al baño y expulsado intermitentemente su angustia, no tan existencial. Se sentía algo mareada aún y aquel mensaje le provocó un leve movimiento de ceja que solía hacer cuando se sentía perpleja. Únicamente pensó que si su compañero opinaba que esta alumna era de lo “mejorcillo” que tenía en su clase, su criterio estaba algo distorsionado, y no entendía por qué el afán de querer verse reconocido a través de ella.
Después de su pequeña disertación, concluyó que pasaría la mañana, si no en el baño, con su admirado Miles y su Ascenso al cadalso. Comió pobremente un puré de patatas y durmió largamente hasta que un segundo mensaje volvió a despertarla. Una compañera le preguntaba por su salud, y al mismo tiempo, aludía a otra compañera que en el mismo estado que Elsa, o así lo consideraba ella, no Elsa, había ido a trabajar aquella mañana. Volvió a levantar la ceja, y concluyó pasar el resto de la tarde leyendo a Boris Vian.
Se acercaba la noche y recibió el último
mensaje del día en el que otra compañera, le quería hacer partícipe de su
maravilloso encuentro con un artículo
que había visto en el periódico. El artículo
plasmaba los pormenores, necesarios cambios y visión, en fin, negativa, de la decisión de
ser padres. Elsa había decidido ser madre a los 35 años. No era indecisa en sus
actos, por lo que su decisión de ser madre, no solo era fiel, sino que, además,
la colmaba de felicidad. Creía haber llegado a un estado de conciencia
tranquila consigo misma, por lo que ese momento en su vida era para ella idóneo
para ser madre. Esta vez, levantó las dos cejas. Pensó que había sido un día extraño,
que podía haber sido ácida en sus respuestas a estos compañeros: aquel que
reafirma su inseguridad a través de los
demás quedando expuesto al ridículo; aquella que su inseguridad no le deja
decidir por su propia salud y necesita justificar sus actos a través de
ejemplos colaterales; y aquella, que siendo madre, despreciaba su estado, por
no haber sido el resultado de una decisión propia, conclusión de toda su penosa
vida.
Podía haberles contestado de esta
manera, pero decidió pagarles con su indiferencia y no ser una vendedora más de
perspectivas…
La indiferencia es más fácil que la crudeza, pero también más aburrida, señorita Elsa!
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo, la indiferencia es más aburrida que la crudeza para quien la recibe, pero ser crudo con alguien es darle un ticket anodino de "pase usted, que yo le escucho".
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